La compra de la refinería texana evidencia que las seis existentes en México son cacharros obsoletos que carecen de las capacidades para alcanzar los niveles de producción que pudieran colocar a nuestro país como un jugador relevante en el mercado internacional de combustibles que seguirá activo, al menos, hasta 2050. Es por ello por lo que el gobierno mexicano adquirió en su totalidad una refinería que es sustancialmente más eficiente que todas las que existen en territorio nacional.
Con la reciente compra que hizo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador del 50.005% de la participación accionaria de la petrolera angloholandesa Shell sobre la refinería texana Deer Park, rápidamente surgieron diversas voces a favor y en contra de la decisión de la administración federal que aludieron que la compra fue un mal negocio porque el mundo moderno actualmente transita hacia energías más baratas y menos contaminantes, como lo son las renovables.
Como es sabido por todos, a lo largo de la autodenominada Cuarta Transformación (4T) el sector energético ha estado plagado de un venenoso hongo ideológico que no se ha cansado de izar la bandera de la propaganda y los antiguos fetiches cardenistas y que voluntariamente, o quizás no, no ha parado de inhibir las inversiones disminuyendo cualquier posibilidad de tener un sector energético generador de valor y bienestar social.
Así las cosas, ante la compra de la refinería texana es pertinente que algunos analistas y opinólogos del sector energético decidan anteponer la honestidad intelectual haciéndose la siguiente pregunta:
¿La compra de Deer Park es realmente otra de las intransigencias de esta administración o desde sus objetivos –del gobierno– es una decisión estratégica?
Haciendo una severa reflexión que anteponga la objetividad del conocimiento del sector energético y no el activismo, difícilmente puede verse a esta compra como otro desatino del gobierno, sino que, ahora sí, como una decisión que al menos bajo la perspectiva de los anhelos presidenciales –que han puesto en un rincón a las energías renovables– pretende apuntalar a Pemex como el monopolio fortachón que sobre sus hombros cargue con las finanzas nacionales de la misma forma como en la mitología griega el Atlas cargaba sobre los suyos el cielo entero.
Sin embargo, la compra de Deer Park revela algunos elementos que ya flotaban con incertidumbre, pero hoy aterrizan con certeza: la compra de la refinería texana evidencia que las seis existentes en México son cacharros obsoletos que carecen de las capacidades para alcanzar los niveles de producción que pudieran colocar a nuestro país como un jugador relevante en el mercado internacional de combustibles que seguirá activo, al menos, hasta 2050.
Es por ello por lo que el gobierno mexicano adquirió en su totalidad una refinería que es sustancialmente más eficiente que todas las que existen en territorio nacional.
La capacidad total de procesamiento de Deer Park es de 340 mil barriles diarios de crudo y con la reciente inversión de 596 millones de dólares realizada por el gobierno mexicano para adquirir la mitad restante de la refinería, Pemex podrá sumar a su capacidad actual de procesamiento los 170 mil barriles diarios correspondientes a Shell.
Así las cosas, de botepronto la compra de Deer Park no vislumbra que el gobierno le esté metiendo “dinero bueno, al malo”, porque su adquisición fue sustancialmente más barata que el costo de la terquedad de construir una absurda refinería en terrenos rebosantes de lagunas, pantanos y terrenos arcillosos que plantean un sinfín de dificultades para la comercialización y distribución de los productos refinados.
Ante este hecho, el verdadero mal negocio para México y Pemex no es Deer Park, sino Dos Bocas.
Un gran foco rojo que tiene Deer Park es la posible mexicanización de su gestión administrativa. Todo irá bien con la refinería texana en tanto no sea gestionada bajo la visión anacrónica e ideologizada de este gobierno y siga entendida como un agente económico que actúa en una arena de competencia dentro de un mercado dinámico y sin restricciones.
Muchas conjeturas se perciben en la opinión pública sobre que la refinería de Dos Bocas no es más que un elefante blanco que jamás será construido debido a que solo es un simbolismo político de un gobierno que desde su inicio ha creído que con su fetiche cardenista de la “soberanía energética” fortalecerá a Pemex y beneficiará a México.
Es por esto por lo cual la compra de Deer Park, en suma, fue un relativo acierto del gobierno mexicano.
La compra de la refinería texana evidencia que las seis existentes en México son cacharros obsoletos que carecen de las capacidades para alcanzar los niveles de producción que pudieran colocar a nuestro país como un jugador relevante en el mercado internacional de combustibles que seguirá activo, al menos, hasta 2050. Es por ello por lo que el gobierno mexicano adquirió en su totalidad una refinería que es sustancialmente más eficiente que todas las que existen en territorio nacional.
Con la reciente compra que hizo el gobierno de Andrés Manuel López Obrador del 50.005% de la participación accionaria de la petrolera angloholandesa Shell sobre la refinería texana Deer Park, rápidamente surgieron diversas voces a favor y en contra de la decisión de la administración federal que aludieron que la compra fue un mal negocio porque el mundo moderno actualmente transita hacia energías más baratas y menos contaminantes, como lo son las renovables.
Como es sabido por todos, a lo largo de la autodenominada Cuarta Transformación (4T) el sector energético ha estado plagado de un venenoso hongo ideológico que no se ha cansado de izar la bandera de la propaganda y los antiguos fetiches cardenistas y que voluntariamente, o quizás no, no ha parado de inhibir las inversiones disminuyendo cualquier posibilidad de tener un sector energético generador de valor y bienestar social.
Así las cosas, ante la compra de la refinería texana es pertinente que algunos analistas y opinólogos del sector energético decidan anteponer la honestidad intelectual haciéndose la siguiente pregunta:
¿La compra de Deer Park es realmente otra de las intransigencias de esta administración o desde sus objetivos –del gobierno– es una decisión estratégica?
Haciendo una severa reflexión que anteponga la objetividad del conocimiento del sector energético y no el activismo, difícilmente puede verse a esta compra como otro desatino del gobierno, sino que, ahora sí, como una decisión que al menos bajo la perspectiva de los anhelos presidenciales –que han puesto en un rincón a las energías renovables– pretende apuntalar a Pemex como el monopolio fortachón que sobre sus hombros cargue con las finanzas nacionales de la misma forma como en la mitología griega el Atlas cargaba sobre los suyos el cielo entero.
Sin embargo, la compra de Deer Park revela algunos elementos que ya flotaban con incertidumbre, pero hoy aterrizan con certeza: la compra de la refinería texana evidencia que las seis existentes en México son cacharros obsoletos que carecen de las capacidades para alcanzar los niveles de producción que pudieran colocar a nuestro país como un jugador relevante en el mercado internacional de combustibles que seguirá activo, al menos, hasta 2050.
Es por ello por lo que el gobierno mexicano adquirió en su totalidad una refinería que es sustancialmente más eficiente que todas las que existen en territorio nacional.
La capacidad total de procesamiento de Deer Park es de 340 mil barriles diarios de crudo y con la reciente inversión de 596 millones de dólares realizada por el gobierno mexicano para adquirir la mitad restante de la refinería, Pemex podrá sumar a su capacidad actual de procesamiento los 170 mil barriles diarios correspondientes a Shell.
Así las cosas, de botepronto la compra de Deer Park no vislumbra que el gobierno le esté metiendo “dinero bueno, al malo”, porque su adquisición fue sustancialmente más barata que el costo de la terquedad de construir una absurda refinería en terrenos rebosantes de lagunas, pantanos y terrenos arcillosos que plantean un sinfín de dificultades para la comercialización y distribución de los productos refinados.
Ante este hecho, el verdadero mal negocio para México y Pemex no es Deer Park, sino Dos Bocas.
Un gran foco rojo que tiene Deer Park es la posible mexicanización de su gestión administrativa. Todo irá bien con la refinería texana en tanto no sea gestionada bajo la visión anacrónica e ideologizada de este gobierno y siga entendida como un agente económico que actúa en una arena de competencia dentro de un mercado dinámico y sin restricciones.
Muchas conjeturas se perciben en la opinión pública sobre que la refinería de Dos Bocas no es más que un elefante blanco que jamás será construido debido a que solo es un simbolismo político de un gobierno que desde su inicio ha creído que con su fetiche cardenista de la “soberanía energética” fortalecerá a Pemex y beneficiará a México.
Es por esto por lo cual la compra de Deer Park, en suma, fue un relativo acierto del gobierno mexicano.